No es posible procesar tanta información como la que
estamos recibiendo estas últimas semanas sobre la corrupción de la clase
política. Lo que más me sorprende es la normalidad con la que todos ellos defienden
sus posturas, sin despeinarse y sin dimisiones. Empecinados en demostrar que son honrados
pero sin parecerlo y, aunque imputados, siguen cobrando del erario público
amparándose siempre en la presunción de inocencia.
La política, tal como parece concebirla nuestros
políticos, es el instrumento que les permite llenar no solo las arcas de su
partido sino también aumentar su patrimonio y el de sus familias. La actividad
que les garantiza un empleo fijo
hasta la jubilación incluso una actividad hereditaria, al estilo de la
monarquía, avalada por apellidos que en Cataluña, Galicia o Andalucía son de
sobra conocidos.
Hubo gobiernos que nacieron de cuotas con paritaria
representación y del que formaron parte jóvenes
féminas que no tuvieron más mérito y currículum que dedicar su -corta- vida
a la política como antes la dedicaban nuestras abuelas en exclusiva a la casa,
al marido y a los hijos y no necesariamente por este orden.
Con esta dilatada vida laboral, hoy, una de ellas asesora
a directoras ejecutivas de Naciones Unidas como premio a su política igualitaria, otra, ha entrado en la Organización Panamericana de la Salud -de la que España es miembro-
por la puerta grande antes de agotar la legislatura del gobierno del que
formaba parte. Son retribuidas con salarios insultantes que, actualmente
cualquier joven sobradamente preparada nunca percibirá… salvo que se dedique o
haya dedicado a la política.
Es curioso que sea la política la única actividad donde
no se exige un Currículum Vitae, en donde el dominio de uno o dos idiomas no es
indispensable para ejercer la actividad, en donde tu formación académica y
trayectoria profesional no es prioritaria ni determinante, en donde los test
psicotécnicos no deciden tu futuro, en donde no te juegas tus expectativas en
una entrevista personal, en donde las duras oposiciones para cubrir un escaso
número de plazas vacantes, no tienen cabida. Basta con fijar nuestra atención
en la clase política estatal, autonómica o local para ver que los únicos
méritos de, un porcentaje considerable de sus miembros y “miembras”, son
o han sido “trabajar” en política.
Hoy el político profesional
vive alejado de la sociedad, vive instalado en su peculiar disciplina de
partido que le impide vivir la realidad. El político debería tener fecha de
caducidad (ocho años serían suficientes), el político debería venir de un
sector de actividad al que pudiese volver cuando terminase su mandato y cobrar
el mismo salario que cobraría ejerciendo su profesión y, el que no la tuviese,
cobrar el salario medio (que no el mínimo) que le corresponda a la media de los
curritos de este país. Con estas premisas quedaríamos escasos de vocaciones de servicio.
Hoy las cuotas no son motivo de preocupación para este
gobierno como tampoco lo son la educación, la sanidad, la justicia social, los
derechos adquiridos, la destrucción de empleo, el aumento de familias en el
umbral de la pobreza, los desempleados ni la fuga de jóvenes al extranjero.
No quiero irme de mi país, no quiero dejar a mi familia,
a mis amigos, no quiero que me empujen a buscarme la vida en otro sitio pero no
puedo dejar pasar esta oportunidad de presentarme a una entrevista de trabajo
que me han propuesto desde ¡DUBLIN!
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